miércoles, 2 de diciembre de 2020

Piensa, trabaja, y triunfaras

Cuando siempre has vivido en el mismo lugar, no hay manera de describirlo, las cosas son como son y todos saben cómo es. Solo a los tontos les tienes que explicar cómo es la vida. La gente normal simplemente vive. Poco a poco, vacación tras vacación, foráneo tras foráneo, vas aprendiendo como son las cosas. De hecho, siempre has tenido la sensación de que tú también eres un foráneo, como te lo explico Miguel caminando a su casa de la escuela José Joaquín Fernández de Lizardi. 
- ¿Eres de Monterrey? 
 - Si, nací en la Conchita 
- ¡No!, no… Aunque hayas nacido aquí no quiere decir que eres de aquí. Para que seas de aquí, tus abuelos tienen que ser de aquí. Hay una manera de saber. En Navidad, ¿Quién trae los regalos? ¿Santa Clos o los Reyes Magos? 
- Santa Clos 
- ¡Ah! ¡Entonces si eres de aquí! ¿Cuántos viven en tu casa? 
- Mis papas, mis dos hermanos, Gloria, y yo 
- ¿Quién es Gloria? ¿Una prima? 
- No, no es mi prima. 
- ¿Entonces...? 
No sabias como explicarle, se te atragantaba la palabra sirvienta y no tenías fuerza para escupirla. Sin que agregaras palabra, Miguel espeto con gran entusiasmo y sorna: ¡Ah! ¡La gata! Así, poco a poco, los de adentro y los de afuera te van enseñado como eres, quien eres, donde estas. 

La Fernández de Lizardi estaba en el centro de Monterrey. Un centro rotundo, regular, solemne, y tranquilo que reflejaba el carácter sefardita del viejo Monterrey. La fachada del edificio estaba en la calle Serafín Peña pero tú nunca cruzaste esa puerta. desconocías los pilares cuadrados, las escaleras, las almohadillas, el diseño academicista tardío. Las imponentes puertas de madera labrada las conoces por dentro, para ti eran un portal a un mundo misterioso que se prometía luminoso en la penumbra de los inmensos pasillos. Para ti, el frente del edificio era el traspatio. Llegabas en la penumbra de la mañana, cruzabas el portón, el inmenso patio, subías las escaleras, te parabas un momento en la plataforma, entrabas al atrio. Subías unos cuantos escalones y navegabas los pasillos al salón de clases. En el mediodía, salías de la penumbra con el sol cegador picándote los ojos, de frente, como protegiendo la calle. Salías por Porfirio Diaz, volteabas a la derecha, y otra vez a la derecha caminabas por Aramberri. Cruzabas Juan Álvarez y Julián Villagrán, y llegabas a la alameda Mariano Escobedo; cruzabas el parque de álamos hasta Pino Suarez. Después de Cuauhtémoc llegabas al bullicio del mercado enfrente de tu casa. Era como salir de la historia y entrar en la modernidad. 




Al terminar la revolución, Monterrey era conocida como la ciudad de las escuelas. Estas escuelas eran en gran medida privadas, algunas eran internados para niñas bien, otras formadoras de industriales, otras, escuelas técnicas para entrenar secretarias o contadores. En 1927 el ayuntamiento y los vecinos, con el apoyo del gobernador Aaron Sáenz, decidieron transformar la plaza de San Jacinto en una escuela primaria. 

La idea era, al mismo tiempo, hacer un monumento imperecedero a la pujanza de la ciudad, y crear un semillero igualitario de ciudadanos comprometidos con la meritocracia regiomontana. Empezaron por cambiarle el nombre a la plaza de San Jacinto por plaza José Joaquín Fernández de Lizardi, un nombre más acorde con las divisas nacionalistas y modernizantes que motivaban a los líderes de Monterrey. El pensador mexicano se distinguía por ser un intelectual nacionalista que alzo su voz contra la censura, y con una obra de sátira social y fomento de la calidad moral. 




En el auditorio de la escuela quedo inscrito el lema de la escuela: Piensa, trabaja, y triunfaras. Para ti era un misterio la frasecita: ¿era un edicto o una promesa? Es por supuesto una expresión del etos, patos, y logos de la cultura sefardita regia, de gente que construyo prosperidad en el desierto, en medio de un ambiento hostil y foráneo. 

La Escuela Fernández de Lizardi se comenzó a construir en 1927 y la inauguró en 1930 el Gobernador Aarón Sáenz. Fue la primera de las llamadas monumentales y la única que no construye Fomento y Urbanizaciones. El arquitecto, el español Cipriano J. González Bringas, también diseño en 1934 la fábrica de dulces La Imperial ubicada en Venustiano Carranza y Arteaga. La construcción fue apoyada por el empresario José Calderón y la Asociación de Masones. El edificio, como lo indica claramente el nombre, es un monumento, con altísimos techos, paredes de sillar, y una fachada con almohadillado y pilares, al mismo tiempo austera y con pretensiones de elegancia. 

Estructuralmente el edificio forma una E, es decir, en una vita aérea se ve como una E mayúscula. La intención siendo dividir la escuela en un ala para niños, otra para niñas, y un núcleo común con el auditorio, salón de eventos, y oficinas administrativas. El edificio tiene sótano, dos plantas, asta bandera, y 26 salones de clase. En la azotea, un cuarto donde vivía Salome, el conserje. Para subir al cuarto de Salome había una escalera semi escondida, casi de caracol. Pero rectangular que cruzaba discretamente el auditorio. La forma de E tenía la ventaja adicional de formar dos patios que separaban de manera natural a los niños de las niñas. En realidad, el patio era tan grande que esos huecos de la E eran solo una pequeña parte, marcada por los bebederos. ¿recuerdas el día que quitaron la cinta que dividía el patio? ¿Como todos los niños se pasaron al lado de las niñas y viceversa? Después de ese primer día de exploración, cada uno volvió a su lado. La separación de niños y niñas era más solida que un mecate a medio patio. De hecho, todos salíamos del patio durante el recreo para comprar tamarindo o jícama con chile y limón, pero no intercambiábamos ni la mirada.