miércoles, 16 de septiembre de 2020

Hobbit

Tomado de lifeder.com y de Wikipedia

En este siglo XXI seguimos topándonos con descubrimientos de restos de especies antes desconocidas de homínidos.

El Homo floresiensis corresponde a una especie extinta del género Homo que es denominada también como “el hombre de las flores” y como “Hobbit”. Este último sobrenombre responde al pequeño tamaño característico de este espécimen que fue descubierto en 2003. 


 

El descubrimiento es ampliamente considerado como el más importante de su clase en la historia reciente, y fue toda una sorpresa para la comunidad antropológica. La nueva especie desafía muchas de las ideas de su disciplina. Desde el siglo XIX, cuando empezaron a descubrirse los primeros neandertales, no se habían descubierto otros homínidos coetáneos de Homo sapiens.

H. floresiensis es tan diferente en forma a otros miembros del género Homo que obliga al reconocimiento de una posible nueva e inimaginable variabilidad en ese grupo, y reafirma una tendencia intelectual lejana a la idea de la evolución lineal.

Sin duda este descubrimiento además echa más leña al fuego del perenne debate sobre los modelos africano y multirregional de la especiación de los humanos modernos, a pesar de que H. floresiensis no es propiamente un ancestro de estos. Ya se han oído voces argumentando en ambos sentidos.

 

Los restos esqueléticos de H. floresiensis y los depósitos que los contienen datan de hace aproximadamente 100.000 a 60.000 años, mientras que los artefactos de piedra atribuibles a esta especie varían de aproximadamente 190.000 a 50.000 años de edad. 

En el sitio fueron encontrados restos de otros nueve individuos que también suministraron información valiosa. Sin embargo, el único cráneo ubicado fue el de un cuerpo femenino que fue apodado como “Flo”, y para efectos de la investigación se le asignó la nomenclatura LB-1. 

Si bien todas las piezas del hallazgo configuraron las informaciones para llegar a la conclusión de que se trataba de una especie hasta ahora no conocida, sin duda lo que aportó los mayores indicios fue el cráneo hallado, ya que sus características fueron determinantes en este trabajo de clasificación. Pruebas hechas con base al carbono 14, luminiscencia y resonancia electrónica arrojaron que esta nueva especie existió en un periodo que va entre 38 000 y 18 000 años, lo que indica que convivió en el planeta con el Homo sapiens —hombre moderno—, aunque al día de hoy no existe ninguna evidencia de que hayan interactuado. 

A pesar de su relativa cercanía en la línea evolutiva de los homínidos, posee una morfología que presentaban especies mucho más antiguas. Se cree que el hecho de haber llegado a una isla y permanecer aislado, hizo que se viera menos afectado por las fuerzas evolutivas y conservara rasgos primitivos. 

Los restos que inicialmente fueron hallados, a simple vista parecían ser de un niño debido a su estatura que rondaba apenas un metro. Sin embargo, al apreciar el desgaste de la dentición los estudios concluyeron que se trataba de una hembra de unos 30 años de edad, de una estatura de 1,06 m y alrededor de 30 kg de peso. 

El cráneo es sumamente pequeño y en principio se asemeja al del chimpancé por su frente inclinada y su falta de mentón. Sin embargo, detalles algo delicados del rostro y el tamaño de las piezas dentales evocan elementos más modernos. La cadera es primitiva, como la que presentan los australopitecos, y las piernas son más evolucionadas, sugiriendo que eran seres exclusivamente bípedos. Los pies son proporcionalmente más grandes que los nuestros. 

El Homo floresiensis puede provenir del Homo erectus que se expandió hacia el sur de Asia y luego atravesó el archipiélago polinesio en épocas en las que el mar tenía muchísima menos altura y existían conexiones entre todos los territorios que ahora son islas. A pesar de que el Homo erectus poseía dimensiones semejantes al humano actual, los científicos explican que este clan que arribó a estos remotos lugares pudo quedar aislado una vez que el nivel de los mares inundó la zona, y esto los condicionó en cuanto a su estatura debido a la escasez de recursos. 

Lo que desconcierta al mundo científico es que un homínido con capacidades cognitivas limitadas por un cerebro pequeño haya sido capaz de movilizarse hasta estas regiones, ya que no se descarta del todo que pudieran haber usado primitivas embarcaciones en algunos casos. Así mismo, las evidencias muestran un grado bastante decente de conocimiento para lograr la fabricación de armas con las que lograban cazar en grupos a animales de mayor envergadura. Todo esto sugiere que el Homo floresiensis desciende del Homo erectus y que sufrió una involución en cuanto a sus dimensiones dadas las condiciones de aislamiento que tuvo que enfrentar en la Isla Flores. 

La capacidad craneal del individuo hallado en la Isla Flores es de solo 380 cc. Recordemos que el humano actual en este aspecto supera los 1300 cc; es decir, que es algo menor que la tercera parte del que poseemos hoy en día. Es por ello que este descubrimiento sigue alimentando la tesis de que aún los antepasados con cerebros pequeños también eran capaces de desarrollar habilidades que antes pensábamos estaban reservadas solo para individuos con mayores volúmenes de masa encefálica. Pareciera ser que la creencia de que a mayor cerebro mayor destreza no es enteramente cierta. 

A pesar de la ley de la biogeografía insular, esta no explica bien la reducción del tamaño cerebral de 800 c.c. en Homo ergaster (erectus) hasta los 400 cc de Homo floresiensis. Gracias a los descubrimientos en los yacimientos de Dmanisi de Homo georgicus, cuyo cerebro era de 600 c. c. aproximadamente y estrechamente emparentados con Homo habilis, los cuales salieron del continente africano hace 1.8 millones de años llegando hasta la isla de Java, sabemos que existieron en Asia homininos con cerebros más pequeños. Una reducción de 200 c. c., es decir de los 600 c. c. de H. georgicus a los 400 c. c. de H. floresiensis, no es tan drástica como pasar de los 1100 c. c. de H. erectus a 400 c. c., lo cual los situaría más cercanos a H. habilis que a H. ergaster - H. erectus. Sin embargo, la relación cerebro-masa corporal que presenta H. floresiensis es comparable a la de H. erectus, lo que indica que es improbable que las especies difieran en inteligencia. De hecho, los descubridores han asociado a la especie algunos comportamientos avanzados.

Estos comportamientos estarían asociados a la existencia de evidencias del uso del fuego para cocinar. La especie también ha sido relacionada con herramientas de piedra de la sofisticada tradición del Paleolítico Superior típicamente asociada con los humanos modernos, quienes con 1310-1475 cm³ casi cuadruplican el volumen cerebral de H. floresiensis (con una masa corporal incrementada en un factor de 2,6). Algunas de estas herramientas fueron aparentemente usadas en la caza necesariamente cooperativa del Stegodon enano local por esta pequeña especie humana. Igualmente en otro yacimiento llamado Mata Menge, el investigador Adam Brumm y sus colaboradores han detectado que las herramientas encontradas tienen importantes similitudes con las halladas en Liang Bua; presentando las herramientas de Mata Menge una datación que arroja la asombrosa fecha de «entre 840 000 y 700 000 años». Estas fechas, indican que Homo sapiens no pudo fabricar las herramientas descubiertas en Mata Menge, y con ello probablemente también las de Liang Bua; ya que la especie Homo sapiens no existía en esa época.

Además, la isla de Flores permaneció aislada durante la edad de hielo más reciente debido a un profundo estrecho, a pesar del bajo nivel marino que unió a buena parte del resto de Sondalandia. Este hecho ha llevado a los descubridores de H. floresiensis a concluir que la especie o sus antecesores solo pudieron haber alcanzado la isla aislada por medio de algún transporte marítimo, quizás llegando en balsas de bambú hace unos 100 000 años.

Estas evidencias observadas de tecnología avanzada y cooperación a un nivel humano moderno ha impulsado a los descubridores a proponer que H. floresiensis tendría casi con total certeza lenguaje. Estas sugerencias han resultado ser las más controvertidas de los hallazgos de los descubridores, a pesar de la probablemente alta inteligencia de H. floresiensis

H. floresiensis ciertamente coexistió con los humanos modernos, quienes llegaron a la región hace entre 35 000 y 55 000 años, durante un largo período, pero se desconoce cómo pudieron haber interactuado.

H. floresiensis  puede ser el origen y fuente de las historias sobre los Ebu gogo contadas entre los lugareños. Se dice que los Ebu gogo eran cavernícolas pequeños, de pelo largo especialmente en la cabeza y torso, con rostro simiesco y de lenguaje pobre, y presentarían el tamaño de H. floresiensis. Se creía ampliamente en su existencia en la época de la llegada de los holandeses hace quinientos años, e incluso algunas historias dicen que estas extrañas criaturas fueron vistas hace tan sólo un siglo. Del mismo modo, en la isla de Sumatra circulan leyendas sobre un humanoide de un metro de altura, el Orang Pendek, aunque son pocos los investigadores profesionales que las toman en serio, recibiendo más atención de la autodenominada criptozoología (disciplina cuyo enfoque suele ser pseudocientífico). Los investigadores del hombre de Flores, han señalado que el Orang Pendek y otros humanoides salvajes del folclore de Asia sudoriental podrían estar relacionados de alguna forma con relatos sobre antiguos encuentros con Homo floresiensis u otros homínidos enanos aún desconocidos.

 

 

La forma del cráneo se observa achatada en la frente y asoma protuberantes arcos superciliares. Además, hay ausencia del mentón, lo que se traduce en una apariencia que asemeja a un chimpancé. No obstante, y a pesar del tamaño de su cerebro, lo prodigioso de esta especie es que se puede decir que tenía una evolución muy avanzada, especialmente en lo que se refiere a su lóbulo temporal posterior. Esto ha sido subrayado por Dean Falk, profesora de antropología de la Universidad Estatal de Florida en Estados Unidos. Falk ha señalado que las pruebas de la presencia de ese pensamiento avanzado se evidenciaron en el examen del lóbulo frontal, sitio en el cual los seres humanos concentran esta actividad, así como en el lóbulo temporal, donde se gestionan los procesos cognitivos relacionados con la memoria y las emociones. A pesar de que pueda pensarse que lo diminuto de su cerebro no daba para tanto, esta especie era capaz de cazar en grupo, realizar utensilios y armas de piedras y, además, tenía dominio sobre el fuego. 

Así, al tener el espécimen tipo de esta especie encontrada, un esqueleto bastante completo, y un cráneo casi completo de una hembra de 30 años de edad y 1,06 metros de altura; no sólo presenta una drástica reducción en comparación con el H. erectus, sino incluso una talla algo menor que la del Australopithecus, un ancestro tres millones de años más antiguo y que no se pensaba previamente que se hubiese expandido más allá de África. Esto tiende a calificar a H. floresiensis como el miembro más «extremo» de la extensa familia humana; ya que serían ciertamente los más bajos y pequeños.

En relación a la estatura, H. floresiensis es también bastante diminuto comparado con el tamaño del ser humano moderno. La altura estimada de un H. floresiensis adulto es considerablemente menor que la altura media adulta de todas las poblaciones humanas modernas físicamente más pequeñas, tales como los pigmeos africanos (< 1,5 m), twa, semang (1,37 m para las mujeres adultas) o los andamaneses (1,37 m para las mujeres adultas). La masa es normalmente considerada más importante biofísicamente que una medida unidimensional de altura, y por dicha medida, debido a los efectos de escala, las diferencias son incluso mayores. Se ha estimado que en el espécimen tipo de H. floresiensis tenía unos 25 kg.

H. floresiensis además tenía brazos relativamente largos, quizás para permitir a esta pequeña criatura trepar a la seguridad de los árboles cuando lo necesitaba. Estos huesos del brazo, hacen que las inevitables comparaciones con los humanos modernos acondroplásicos (sobre 1,2 m) u otros enanos no sean válidas, pues estas personas no son proporcionalmente más pequeñas que las demás por regla general, sino que sólo tienen sus miembros más cortos.

 El Homo floresiensis aprovechaba las cuevas de piedra caliza para resguardarse; sin embargo, el importante aislamiento que significaba estar en territorio insular limitaba grandemente el riesgo de enfrentarse a depredadores inesperados. En cambio, y a pesar de asumirse que tuvo un limitado desarrollo cognitivo debido a las dimensiones de su cerebro, pudo poner a su favor los pocos recursos con los que contaba para sobrevivir por más de 80 000 años. 

A pesar de que todo apunta a que su antepasado directo es el Homo erectus — que alcanzó dimensiones similares al hombre actual—, la condición de aislamiento determinó esta suerte de involución en cuanto a tamaño. Sin embargo, es muy posible que el legado de este antepasado haya podido ser aprovechado plenamente por el Homo floresiensis, aún con un cerebro tan pequeño. 

En 2014, cuando el H. floresiensis fue descubierto, se pensaba que sobrevivió hasta hace 12000 años. Sin embargo, un trabajo estratigráfico y cronológico más extenso (Nature, 2016), ha llevado a la datación de la evidencia más reciente de su existencia a 50000 años atrás. Estas fechas son cercanas a cuando el humano moderno se acercó a esta zona del planeta, por lo que cabe la posibilidad de que hubieran contribuido a la extinción del H. floresiensis. Esto sería consistente con la desaparición de H. neanderthalensis de Europa hace unos 40,000 años, 5000 años después de la llegada de los humanos modernos. Otra teoría muy difundida tiene que ver con la actividad volcánica de toda esta zona, por lo que no es descabellado pensar que el despertar de algún volcán haya arrasado con todos los habitantes de la isla, que apenas cubre una superficie de 14 000 kms².

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