jueves, 17 de abril de 2025

¿Es el Cosmos un Universo?

σκηνὴ πᾶς ὁ βίος καὶ παίγνιον: ἢ μάθε παίζειν,
τὴν σπουδὴν μεταθείς, ἢ φέρε τὰς ὀδύνας.
Παλλάδας

¿Qué es nuestra vida sino una obra de teatro? Aprende, pues, mi querido viejo a representar la parte que te toca con entusiasmo, o de lo contrario sufre el peligro, la desgracia, y el tormento hasta que inevitablemente caiga el telón.

Bajo el contexto del estoicismo, le he estado dando vueltas a la introspección: ¿Cómo pienso? ¿Cómo funciona el mundo? ¿Cómo trato a la gente? Digamos, a considerar como se vive la Ética en la realidad angustiante y caótica del siglo XXI. Los actos de las personas se sustentan en teorías, y por tanto, es importante reflexionar sobre la validez de la concepción del mundo que sustenta mi comportamiento. La realidad actual es tan violenta y desoladora que cualquier nivel de confort se tiñe de un sentimiento de culpa, sentimiento que en México se expresa en la forma que le dio nuestro admirable Díaz Mirón en un momento de obnubilación: Nadie tendrá derecho a lo superfluo mientras alguien carezca de lo estricto. ¿Qué es lo necesario y qué es lo superfluo en relación con algún fin determinado? Esta imprecisión sirve admirablemente para justificar todos los despojos y todos los despotismos, para decorar las envidias y los resentimientos y para infectar las conciencias de los que algo poseen, inoculándolas con el complejo de culpa.

A continuación, exploramos cómo la búsqueda de una esencia o conciencia universal ha marcado la historia filosófica y religiosa, en particular como se relacionan el cristianismo temprano, el pensamiento de Plotino y Platón, el existencialismo moderno de Sartre y Camus, y los paralelismos entre el misticismo clásico de Plotino y las tradiciones orientales como el budismo.

Una vida feliz es su propia justificación, pero la realización del dolor inherente de la vida humana hizo que Albert Camus dijera que el suicido es el problema fundamental de la Filosofía. Van pasando los siglos y le damos vueltas a lo mismo sin resolver lo fundamental. León Tolstói, exitoso escritor aristócrata ruso, autor de Guerra y paz en el cenit de su vida, cuando había alcanzado con sus libros riqueza y celebridad mundial, en su ensayo Confesión dice: «Mi vida es una broma estúpida y cruel que alguien me ha gastado». La desazón profunda que se apodera de Tolstói lo conducía inexorablemente hacia el suicidio. Comienza así una búsqueda existencial desesperada que pronto agotará las posibilidades ofrecidas por su siglo a los hombres de su condición —las ciencias, la filosofía, las artes— y culminará en una conversión espiritual que habría de transformar para siempre su vida y su pensamiento.

La conversión del gran escritor ruso implica ante todo recusar la moralidad del desencanto y el cinismo estéril en la que él mismo ha militado, para abrirse a la sabiduría genuina de los hombres sencillos, esos «creadores de vida», en cuyos gestos y tradiciones «refulge lo sagrado». «Pero ¿acaso hay algo que se me haya escapado, algo que no haya comprendido?», me preguntaba una y otra vez. «No es posible que este estado de desesperación sea común a todos los hombres». 

…Y buscaba una explicación a esas cuestiones en todos los conocimientos adquiridos por los hombres. E investigué largo tiempo, concienzudamente. No lo hice con poco entusiasmo, por vana curiosidad; sino dolorosa, persistentemente, día y noche, como un hombre a punto de morir busca la salvación; y no encontré nada. 
Busqué en las ciencias y no sólo no hallé nada, sino que me convencí de que todos lo que como yo habían buscado en la ciencia tampoco habían conseguido dar con nada. Y no sólo no habían encontrado nada, sino que reconocieron con claridad lo mismo que a mí me había llevado a la desesperación: que el único conocimiento absoluto accesible al hombre era la absurdidad de la vida.
Buscaba en todas partes. Y gracias a mi vida dedicada al estudio y a mis relaciones con el mundo de la ciencia estaba en contacto con sabios de las más variadas ramas del conocimiento. Y esos eruditos no se negaron a revelarme el fruto de su aprendizaje, y no sólo a través de sus libros, sino también por medio de conversaciones; así supe cómo la ciencia responde a la cuestión de la vida.
Durante mucho tiempo no pude creer que la ciencia no dieta más respuesta a la cuestión de la vida que la que efectivamente daba.
Durante mucho tiempo, me pareció, considerando la importancia y la seriedad del tono con que la ciencia sostenía sus posiciones (que nada tenían que ver con los problemas de la vida humana), que había algo que no había comprendido.
Durante mucho tiempo me sentí intimidado por la ciencia; pensaba que la falta de correspondencia entre las respuestas y las preguntas no era culpa de aquélla, sino que se debía a mi ignorancia. No era un asunto de broma para mí, o un pasatiempo; esa cuestión era toda mi vida, y yo, de grado o por fuerza, llegué al convencimiento de que mis preguntas eran las únicas legítimas, de que servían de base a todas las ramas del conocimiento y de que la culpa no era mía ni de mis preguntas, sino de la ciencia, si ésta tenía la pretensión de responder a tales cuestiones.
Mi pregunta, la que a los cincuenta años me condujo al borde del suicidio, era la más sencilla: reside en el alma de todo ser humano, desde el niño estúpido hasta el anciano más sabio, una pregunta sin la cual la vida es imposible, como yo mismo he experimentado. La pregunta es: «¿Qué resultará de lo que hoy haga? ¿De lo que haga mañana? ¿Qué resultará de toda mi vida?». Expresada de otra forma, la pregunta sería la siguiente: «¿Para qué vivir, para qué desear, para qué hacer algo?». O formulada todavía de otro modo: «¿Hay algún sentido en mi vida que no será destruido por la inevitable muerte que me espera?».
Buscaba en el conocimiento humano una respuesta a esa pregunta, que era la misma diversamente formulada. Y encontré que con relación a ella la totalidad del conocimiento humano se divide, por así decirlo, en dos hemisferios, en cuyos extremos se encuentran dos polos: uno positivo y otro negativo; pero en ninguno de esos polos había respuestas a las cuestiones de la vida.
Toda una serie de ciencias parecen no admitirlas siquiera, pero en cambio responden con claridad y precisión a las preguntas que ellas mismas plantean: se trata de ciencias experimentales en cuyo punto extremo se hallan las matemáticas. Otra serie de ciencias admiten la cuestión, pero no la contestan: son una serie de ciencias especulativas en cuyo punto extremo se encuentra la metafísica.

El problema de encontrar un significado que le de sentido a una vida absurda y dolorosa, en el sentido de Camus, a ocupado a los filósofos por milenios, y motivado las religiones del mundo. Eric Robertson Dodds en el clásico estudio del cristianismo temprano Pagan and Christian in an age of anxiety : some aspects of religious experience from Marcus Aurelius to Constantine analiza las transformaciones religiosas y culturales en el período tardío del Imperio Romano, entre los siglos II y IV d.C. Dodds explora cómo tanto el paganismo como el cristianismo respondieron a una época marcada por la incertidumbre, el miedo y los cambios sociales profundos. Dodds describe un período de crisis en el que las personas buscaban consuelo espiritual frente a la inestabilidad política, económica y social. Examina las experiencias religiosas, los sueños, los estados de posesión y la mística, tanto entre paganos como cristianos. Analiza el auge del ascetismo y la "aversión al mundo" como respuestas a la ansiedad de la época.


El misticismo y la cuestión de si el universo tiene un propósito son temas profundamente filosóficos que han sido abordados desde distintas tradiciones y épocas. El misticismo busca una conexión directa y trascendental con lo divino o lo absoluto, a menudo más allá de las palabras y conceptos. La pregunta sobre si el universo tiene un propósito está intrínsecamente ligada a esta búsqueda, ya que muchas tradiciones místicas ven el universo como una manifestación de una realidad última o divina.

El término filosófico que se utiliza para referirse a un universo con conciencia y dirección es "panenteísmo" o, en algunos contextos, "teleología cósmica". El Panenteísmo es una visión filosófica y teológica que sostiene que el universo está contenido dentro de una realidad divina consciente, pero que esta realidad trasciende el universo mismo. Este concepto combina elementos del panteísmo (todo es divino) y del teísmo (Dios trasciende el universo). La Teleología cósmica se refiere a la idea de que el universo tiene un propósito o una dirección inherente. La teleología, en general, estudia los fines o propósitos en la naturaleza, y en este caso, se aplica a la totalidad del cosmos. Ambos conceptos han sido explorados por filósofos como Plotino, Hegel, y algunos pensadores contemporáneos interesados en la relación entre la conciencia y el cosmos.

El estoicismo, con su énfasis en la virtud y el deber, se relaciona profundamente con conceptos como el panenteísmo y la teleología cósmica, ya que comparte la idea de un universo ordenado y dirigido por una razón superior o divina. El estoicismo, fundado por Zenón de Citio, sostiene que el universo está gobernado por el Logos, una razón divina y universal que impregna toda la realidad. Según los estoicos:

  1. La virtud consiste en vivir en armonía con el Logos, aceptando el orden natural del cosmos.
  2. El deber humano es actuar conforme a la naturaleza racional y contribuir al bien común.

Esta visión conecta directamente con el panenteísmo, ya que los estoicos ven al Logos como una fuerza divina que no solo trasciende el universo, sino que también está presente en cada parte de él. El estoicismo es intrínsecamente teleológico, ya que considera que el universo tiene un propósito inherente. Según los estoicos todo en el cosmos ocurre por una razón y contribuye a un plan mayor. Los seres humanos, como parte del cosmos, tienen un papel que cumplir en este diseño. Esta idea de un propósito cósmico resuena con la teleología cósmica, que postula que el universo tiene una dirección y un fin último. Para los estoicos El Logos es tanto inmanente (presente en todo) como trascendente (superior al universo). La virtud humana es una expresión de esta conexión divina.

Aunque no teleológico, el budismo comparte con el estoicismo la idea de aceptar el orden natural y trascender los deseos individuales para alcanzar la paz interior. El estoicismo, con su énfasis en la virtud y el deber, se relaciona con el panenteísmo y la teleología cósmica al proponer un universo ordenado y dirigido por una razón divina. Esta conexión filosófica subraya la importancia de vivir en armonía con el cosmos y cumplir con nuestro papel en el gran diseño universal.

Al igual que el estoicismo, el cristianismo temprano enfatiza el deber y la virtud como formas de alinearse con la voluntad divina. Sin embargo, el cristianismo introduce la idea de un Dios personal, mientras que el estoicismo se centra en una fuerza impersonal (el Logos). En sus primeros siglos, el cristianismo adoptó elementos místicos, como la idea de la unión con Dios a través de la contemplación y la oración. Los Padres de la Iglesia, como Orígenes y San Agustín, vieron el propósito del universo como el retorno de las almas a Dios, en un proceso de redención y perfección espiritual.

Plotino, influido por Platón, desarrolló una visión mística en la que el universo emana de "El Uno", una realidad suprema y trascendente. Según Plotino, el propósito del universo es el retorno al Uno a través de la purificación del alma y la contemplación. Este proceso es profundamente místico, ya que implica trascender el mundo material y alcanzar una unión directa con lo divino. Aunque no explícitamente místico, Platón planteó en sus diálogos la idea de un mundo de Formas perfectas e inmutables, del cual el mundo material es solo una sombra. Para Platón, el propósito del alma es conocer estas Formas y, en última instancia, alcanzar el Bien supremo.

La visión de Plotino sobre cómo lograr la conexión con la unidad universal, conocida como "El Uno", se articula a través de tres enfoques filosóficos que reflejan influencias de tradiciones anteriores: el camino de la negación, el camino de la analogía, y el camino de la eminencia. Estos enfoques representan diferentes maneras de aproximarse a la trascendencia y la unión con lo absoluto.

El camino de la negación esta inspirado en la tradición pitagórica y el pensamiento de Platón, implica la eliminación de todo lo que no es esencial para alcanzar la unidad. Plotino sostiene que para conectarse con El Uno, es necesario trascender el mundo material y las distracciones sensoriales. Este proceso de negación incluye:

  1. Renunciar a lo material: El mundo físico es visto como una sombra de la realidad verdadera.
  2. Purificación del alma a través de la contemplación y la introspección. El individuo elimina las imperfecciones y se acerca a la esencia divina. Este enfoque resuena con prácticas místicas y ascéticas que buscan la trascendencia mediante la negación de lo mundano.

El camino de la analogía, basado en las ideas de Platón, utiliza comparaciones y metáforas para entender la relación entre el mundo material y El Uno. Según Plotino el mundo material refleja, aunque imperfectamente, las cualidades del Uno. A través de la contemplación de las formas y las ideas, el alma puede ascender hacia la comprensión de lo divino. Este enfoque enfatiza el uso de la razón y la filosofía para establecer conexiones entre lo visible y lo invisible, lo finito y lo infinito. 

El camino de la eminencia, inspirado en el concepto de belleza absoluta en El Banquete de Platón, propone que la contemplación de la belleza puede llevar al alma hacia El Uno. Para Plotino, La Belleza es una manifestación directa de lo divino en el mundo material. Al contemplar la belleza, el alma experimenta un éxtasis que la conecta con la realidad trascendente. Este enfoque celebra la capacidad del arte, la naturaleza y la experiencia estética para elevar el espíritu y acercarlo a lo absoluto.

Plotino combina estos tres caminos en su filosofía, argumentando que la conexión con El Uno requiere un proceso integral que incluye: Trascender lo material; Comprender las relaciones entre lo finito y lo infinito; Experimentar lo divino a través de la belleza. La negación del ego y la trascendencia del mundo material en Plotino tienen similitudes con el camino hacia el Nirvana en el budismo. La contemplación de la belleza y la unión con lo absoluto resuenan con prácticas meditativas en tradiciones como el hinduismo y el taoísmo. Plotino ofrece una visión rica y multifacética de la conexión con la unidad universal, integrando elementos de la filosofía griega y el misticismo.

El misticismo de Plotino comparte sorprendentes similitudes con el budismo y otras tradiciones orientales: Tanto Plotino como el budismo enseñan que el yo individual debe ser trascendido para alcanzar la unión con una realidad superior (El Uno en Plotino, el Nirvana en el budismo). Plotino veía el mundo material como una sombra de la realidad verdadera, una idea que resuena con la enseñanza budista de que el mundo es ilusorio y transitorio. El misticismo griego y el oriental enfatizan prácticas contemplativas como medio para alcanzar la iluminación o la unión con lo divino. A pesar de sus diferencias, el cristianismo temprano, el neoplatonismo, el existencialismo y las tradiciones orientales comparten una preocupación común: la búsqueda de significado en un universo que puede parecer caótico o indiferente.

El existencialismo, representado por figuras como Jean-Paul Sartre y Albert Camus, se aleja de las tradiciones místicas y religiosas al rechazar la idea de un propósito inherente en el universo. Mientras que las tradiciones místicas buscan este significado en una realidad trascendente, el existencialismo lo encuentra en la libertad y la creación de valores humanos.

Sartre en su obra El ser y la nada, argumenta que el universo no tiene un propósito intrínseco. Según él, los seres humanos están "condenados a ser libres" y deben crear su propio significado a través de sus elecciones y acciones. Esto contrasta con las visiones místicas, que ven el propósito como algo dado por una realidad trascendente.

Camus en El mito de Sísifo, describe el universo como absurdo, carente de propósito o significado inherente. Sin embargo, propone que los seres humanos pueden encontrar valor en la lucha misma por vivir y crear significado, incluso en un universo indiferente.

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